Periodismo y sangre: crímenes reales en la literatura

Un domingo por la mañana, en lugar de escribir esta reseña sobre A sangre fría (1996) de Truman Capote y El Adversario (1999) de Emmanuel Carrére, estaba durmiendo a pata suelta, cuando sonó el timbre de mi departamento. Estaba en mi tercer sueño, entrampada en la pregunta de ¿Dónde nace la fascinación por los actos de violencia? ¿Cuál es el encanto que ejercen sobre mí estas novelas sobre crímenes reales?

Abro la puerta, aún en pijama, y quien está ahí es mi hermano, ensangrentado, diciendo que lo habían asaltado. Fue en el Parque Forestal, le pegaron tres botellazos en la cabeza, para quitarle su celular y cuatro lucas. ¿Dónde se fue mi morbo frente a la crónica roja?

¿Será que la maravilla está en que leemos sobre ellos desde la comodidad de nuestro hogar, bien asegurado, arropándonos con un chalcito en los pies? Pues quizás, aquí les presento mi reseña y teoría:

A sangre fría fue escrita por el periodista Truman Capote, quien realizó una exhaustiva investigación sobre un crimen perpetrado en 1959 en un pequeño pueblo llamado Holcomb, ubicado en Kansas, Estados Unidos. Una mañana encuentran a una familia, madre, padre, hija e hijo adolescentes, amarrados y asesinados sin ningún sentido, no parece que les hayan robado, y no se les conocen enemigos. Con esta novela se entiende inaugurado un nuevo género literario, la novela de no-ficción o novela documento, ya que nos muestra las vidas de las víctimas, sus relaciones y personalidades, pero también cómo son sus asesinos, su captura y el proceso en que son sentenciados a la pena de muerte. En este tipo de obras, no hay lugar para spoilers, ya que se da a conocer rápidamente cuál será el desenlace, siendo lo interesante en cómo es escrita, y en cómo desentraña la humanidad que puede existir detrás de actos como éstos.

Perry, uno de los asesino y Truman en una de sus muchas entrevistas.

Capote sostuvo varias entrevistas con uno de los asesinos, Perry, con quien siempre se ha comentado que mantuvieron una relación sentimental, aunque a partir de la sola lectura del libro podemos ver que es un personaje al que le profesa bastante más cariño, en contraposición al otro asesino, Dick, de quien realiza un gran trabajo caracterizándolo pero se le muestra como un ente opresor dentro de esta pareja de delincuentes. Así podemos ver en un extracto de una carta enviada a Perry por un amigo de su última vez en prisión, el siguiente párrafo, en donde se nos entrega una pequeña ventana a su alma: “Eres un hombre muy apasionado, un hombre hambriento que no sabe dónde saciar su apetito, un hombre profundamente frustrado que lucha por proyectar su individualidad contra un fondo rígido de conformismo (..) ¿Por qué ese creciente desprecio por la gente y esas ganas de herirla? Muy bien: crees que son necios y los desprecias por su moral, su felicidad son el origen de tu frustración

Y así sin más, el lector termina convergiendo hacia los victimarios. Y me veo a mí misma viendo una gran serie de sujetos parecidos a ellos representados en la pantalla, los leo en internet. Y nos veo bajando la velocidad del auto al pasar junto a un choque, para mirar hacia la desgracia de los otros.  Sin embargo, el ejercicio primero suele ser el pensarnos como víctimas, respecto de lo horrible que sería si nos llegara a pasar cualquiera de esos acontecimientos, qué habríamos hecho en el lugar de ellos.

Son las once de la mañana del domingo y estamos en la Urgencia, a la espera del resultado del escáner, y en este mundo fuera de los libros lucimos y nos sentimos asustados. Ahora no nos importan mucho los culpables, al menos no en este momento. Trato de hablarle para que no se duerma, si algo le pasara, no sé, no somos la clase de víctima que llama la atención en los medios, no tenemos dinero ni somos marginales, somos justo un punto en el medio que nadie ve.

Dick, el otro asesino, sufrió un gran golpe en la cabeza, ya de mayor, por lo que su familia y su defensor intentan demostrar que eso hizo un cambio en su comportamiento, que su conducta no era ni agresiva, ni de desafío a las autoridades hasta aquél accidente. ¿Es posible que un golpe en la cabeza te vuelva un criminal? ¿Es posible que mi hermano cambie su forma de ser de un día para otro? ¿Es posible que una familia se vuelva victimaria en razón de la venganza?

Todas las respuestas me parecen afirmativas, o a lo menos plausibles, porque el miedo que nos provoca el identificarnos con quienes fueron dañados, tan buenos, tan inocentes, que sufren tanto dolor innecesario, nos conecta con la posibilidad de abrir la ventana a la sombra que nos compone, hambrienta de violencia, de venganza, de frustración, de odio.

Pero como todo en esta vida existe ese otro lado, oscuro, y que da la lectura de libros como El adversario, que hace el ejercicio de intentar pensarnos como el victimario, ¿Estaremos a un solo mal día en convertirnos en una monstruosa versión de nosotros mismos?

Este libro es impresionante, es una historia real que suena inverosímil, en donde nos presenta en las primeras páginas a Jean-Claude Romand, en 1993, quien mató a su mujer, a sus hijos, a sus padres e intentó, sin éxito, suicidarse prendiendo fuego a la casa donde se encontraba.

Parecía ser una familia normal, de clase media alta, en un pueblo de Francia, cerca de la frontera con Suiza. Pero poco a poco se va revelando la verdad, él mentía desde los dieciocho años respecto de todo, y a todos. Entonces al encontrarse a punto de verse descubierto, prefirió eliminar a todos sus cercanos, a quienes había engañado durante tanto tiempo.

Carrére, el autor del libro, le escribió una carta, estupefacto al saber las características de los hechos, ya que en esa época sus hijos tenían la misma edad que los niños de Romand, a quienes mató. Años después éste le contesta, y comienza una investigación sobre un hombre que cada mañana salía a trabajar como médico, y en lugar de eso vagaba por las carreteras, comía en estaciones de servicios y caminaba por los bosques.

Romand y su familia, a quienes mató.

Este hombre llevaba una vida llena de mentiras, por lo que el interés de esta novela de no ficción, pues se inscribe dentro de los mismos cánones que la de Capote, está en imaginar qué había en la cabeza del asesino, que no mostró actos violentos previos a su gran crimen, que ni siquiera había dado sospechas hasta ese momento, entrado ya en la madurez.

Y el resultado es un relato que atrapa, que aterroriza, que nos muestra a Romand como una cáscara, con una personalidad manipuladora, que era capaz de adecuarse a lo que de él esperaba su interlocutor, así vemos que lo describe: “Una mentira, normalmente, sirve para encubrir una verdad, algo vergonzoso, quizás, pero real. La suya no encubría nada. Bajo el falso doctor Romand no había un auténtico Romand.

A mi hermano lo internaron en la UTI, a los cinco días ya estaba mejor, tuvimos que ir a carabineros para ampliar la denuncia de lesiones menos graves a lesiones graves, para eso debes tomar un número, esperar, sentarte, pensar, no hay nada de provecho en esto, pero es lo que se supone que se debe hacer.

Tanto Capote como Carrére leyeron en el periódico la noticia que los impactó, la que en ambos casos se dieron lugar en pueblos pequeños, de vida tranquila. En ninguno de los dos casos se entiende porqué sucedió aquello que sucedió.

De ahí nace su imposibilidad de spoiler, y la esencia de su encanto, el resultado está en la tapa del libro, en la contratapa la descripción detallada de los hechos, pero no es eso lo relevante.

Estos libros se leen porque nos presentan un proceso, en donde se nos da una perspectiva con la información recolectada de cómo se convierte un asesino en tal, en cómo quienes fueron sus víctimas vivían sus vidas, en como un pueblo queda destrozado ante la escena del crimen.

En el caso de mi hermano no sabemos quiénes fueron, deben andar por las calles, quizás alguno se ha sentado a tu lado en el metro, tal vez nisiquiera te parecen un flaite o sea cual sea tu prejuicio de cómo se ve un delincuente, pero andan por ahí, y son capaces de molerte una botella de vidrio en la cabeza, si un día necesitan tus míseras cuatro lucas y tu celular.


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